jueves, 5 de octubre de 2017

EL MESÓN DE SAN ANTONIO



Por ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO 

Ojos de miel
¡Deje de ver el infinito así! me pone nervioso. Siempre tengo mis precauciones con esa gente que ve con los ojos apeñuscados como esperando que salte la sorpresa por el lugar más inesperado.

Hay una lejanía como buscándole satélites al firmamento y rascándole con esa  mirada de sosiego lujuriante.

No es cosa de ojos, es cosa de mirada,  de la sensación de dominio que provocan. ¿Y qué hacer? Someterse al más intrépido de los hombres, a los que  tienen un camino ya recorrido aunque sea la primera vez que lo transitan. Son ojos de miel tensados un poco con la profundidad de las minas y las almas de lluvia que giran en la montaña y las cañadas.

Quienes  tienen los ojos de miel poseen un dominio de sí mismos y siempre están alertas a coger por el rabo hasta al mismo diablo si éste sale de sorpresa en el remolino de  los caminos.

Es distinción de  la familia los ojos pero no esa mirada que da celos a la miel virgen y  a las abejas trabajadoras, pues al zángano le tiene sin cuidado.

La tía tenía la mirada de miel, misma que escondía con recato en el reboso que olía a limpio, a lejía y a martirio; como que por los ojos de miel era culpable. Chaparrita, castaña, con un peinado apretado, fumaba unos cigarros tan eternos como el humo mismo; en lo íntimo ella platicaba mucho y en público era una sombra que untaba a las paredes y al camino.

Al bautizo de la mañana cuando el lucero es más brillante, la tía prendía el carbón o la leña para calentar café.  En la mañana eres un nuevo recuento de las cosas de la vida. Ella misma se decía cosas de cómo aprovechar la luz, el agua; su fuerza estaba ahí, por ello comenzaba una jornada de labores intensas que no paraban hasta bien entrada la noche profunda. En el día tenía un descanso  que ocupaba para darse un baño entre la tarde y la noche.

Se sabía sola y lo estaba, por ello esperaba con una terquedad insuperable. Apostaba todo su capital al azar, esa ilusión que tiene un mar de distancia, loco, burlón, punzante por ello siempre vivía tallándole el lomo a la esperanza.

Con un hombre había tenido una relación nada buena que terminó el mismo día del matrimonio, ese maldito destino más pegado a la tragedia que al drama, volvió el matrimonio en martirio. Con los buches de bilis en la boca, aventaba su propia existencia y mirada fija. Desafiante y contundente se le formó como una mancha para siempre,   permaneció en ella como centinela vigilante como ruina de misterios.  La tía quería matar al propio destino, o meterse corriendo en la selva para no ser vista. Pero tuvo que regresar a tener hijos.

Raúl, el hijo mayor, se le extravió. La ciudad se lo llevó como el rio se lleva a su paso todo; los recuerdos fueron una memoria interrogada. Treinta y cinco años después lo reencontró en  prisión hecho un malandro rencoso de la vida, dándole golpes a una pared y lamentando su extravío. Obvio que él le echó la culpa a ella, a su propia madre quien cada segundo lloró su pérdida y el haberle cambiado la historia personal.

Ella me  comentaba que le hubiera gustado ese día del encuentro haber llorado juntos toda la noche,  todas las noches de ausencia mutua. La vida de Raúl no cambió, siguió robando con lujo de fuerza y recayendo en esa prisión tan nefasta como fue Lecumberri. Las vistas  a la prisión se volvieron cada vez  sufrimiento y llanto.

Juan, el segundo hijo de mi tía, se perdió para siempre;  el salió de casa y no supo regresar. Dicen que días después de haber muerto la tía, algunos hijos de ese Juan enigmático, vinieron a conocerla. Eso no se dio ¡no estaba de Dios el conocerse! dijeron murmurando, las hijas del tal Juan.

El tercero, Simón, le dio una pena continua. Una vez crecido, tomó la copa como excusa a una falta de explicación de vida y de la suerte.

Por ello les digo que la mirada fija en el destino es sorpresiva,  es de solitarios, de gente que le insinúa a  valentones “encaja esa daga”; solo me darás otra vida donde el sufrimiento termine y aparezca la vida eterna, donde dicen esta la paz.

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